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miércoles, 19 de septiembre de 2012

EL FENÓMENO SUBCULTURAL (Andrés Recasens Salvo, Antropólogo Social)


UNIVERSIDAD DE CHILE 
SEDE OSORNO


EL FENÓMENO SUBCULTURAL

Andrés Recasens Salvo 
Antropólogo Social 
Edición Sede Osorno 
Universidad de Chile 
1980



Capítulo II. El Fenómeno Subcultural

En términos generales, se entiende a la subcultura, como un segmento de la cultura global, que posee algunas características culturales que le son propias y que la hacen distinguible y particularizable del resto de la cultura. Esta segmentación de la cultura global, está referida principalmente a factores de carácter étnico, laboral, geográfico, religioso, económico, etc. La utilización del término subcultura y su aplicación en la investigación, ha tenido diferentes caminos. C. Arensberg, lo utilizó en sus ensayos antropológicos sobre los Estados Unidos contemporáneo, para referirse a cierto número de tipos comunitarios. E. Vogt, lo usó para establecer subculturas religiosas y regionales: mormones y texanos. Ch. Wagley y M. Harris, en la clasificación de nueve tipos principales de subculturas, aplicados a la heterogeneidad cultural de América Latina, usando criterios étnicos, ecológicos, comunitarios y de clase. Para J. Steward, en la sociedad global se distinguen por sus características peculiares, los grupos subculturales por filiación étnica, ocupación, religión, raza, estatus u otros. Subraya este autor, la importancia que tiene el establecer en “qué medida los efectos de cualesquiera estructuras particulares, como las correspondientes al empleo, la religión, la filiación política o las asociaciones, guardan cierta coherencia interna” (Cfr. Valentine, Ch. 1972:116–121).

Se entiende que la subcultura es el resultado de la cristalización de una variante cultural en un grupo determinado de la sociedad: pero, por otra parte, se postula que cualquier diferenciación que importe el fenómeno subcultural, no puede significar un apartamiento total de los patrones culturales del contexto social en el cual está inmersa y al cual pertenece. Esto último, como una manera de sostener alguna forma de identificación cultural de las partes constitutivas de la cultura dentro del sistema social. Esta identificación se mantiene, según M. Yinger, porque la cultura total de una sociedad puede tolerar otros valores dentro de su seno y que suscriben segmentos subculturales, siempre que no causen conflictos de desintegración que perturben la cohesión normativa de sus miembros. Y la propia subcultura, también tolera otros valores fuera de su sistema, siempre que no socaven la adhesión a los suyos propios, y que la caracterizan como tal. Cuando la subcultura surge como una derivación del sistema cultural, la relación sería no conflictiva, pues los lazos no se rompen y la variante es sólo una ramificación de la cultura global. Pero en el caso en que la subcultura surja como una reacción negativa al sistema cultural, la relación es antagónica y conflictiva. La diferencia expuesta, la distingue Yinger utilizando dos conceptos: para el primer caso, habla de subcultura; y para el segundo caso, de contracultura (Cfr. Wolgang, M.E. y Ferracutti, F. 1971:118–122).

Desde el punto de vista de los valores, E. Shils plantea el hecho de que el sistema central de valores que caracteriza a una sociedad, no constituye la totalidad del orden de valores y creencias profesados y observados en ella. Porque en toda sociedad diversificada, los sistemas de valores se distribuyen a la manera de un espectro, dentro del cual las variaciones del sistema central oscilan desde una hiperafirmación de algunos de sus componentes, hasta el otro polo, en que existe una recusación extrema de ciertos elementos capitales, acompañada con la afirmación de otros elementos que son rechazados o subordinados dentro del sistema central de valores. Con respecto a la idea anterior, Wolfgang y Ferracutti señalan que la subcultura se diferencia sólo parcialmente de la cultura “generatriz”, empleado este término para designar a la cultura más amplia, de la cual se han desgajado elementos subculturales diferenciándose del sistema de valores. Esta “cultura global” estaría dispuesta a adoptar a la subcultura que voluntariamente se encadena a su “generatriz” por virtud de ciertos valores compartidos, cuantitativa y cualitativamente suficientes, como para vincular a la “generatriz” y al “vástago” (op. cit.: 114–122). Aquí se encuentran reunidas las ideas de E. Shils y de M. Yinger citadas anteriormente.

Con respecto a lo dicho hasta ahora, habría que hacer algunas consideraciones que estimamos de sumo necesarias. Nos parece, primeramente, que la relación entre subcultura no podría ser postulada en términos generales como voluntaria, ya que esta disposición de la cultura para adoptar al “vástago”, no se hace cargo de la totalidad de las variantes subculturales, algunas de las cuales podrían tener el carácter de contraculturas, como han señalado M. Yinger. Por otra parte, estimamos que no se ha señalado claramente la especificidad de la cultura global como entidad diferencial de la subcultura. Cabría hacerse la pregunta: ¿subcultura de qué? El prefijo que se antepone al término “cultura”, denota que se trata de una parte extraída de una totalidad. Habría entonces, un grupo social que por poseer características culturales que no poseería el resto de su sociedad, sería considerado como un segmento subcultural, aún cuando poseyera muchas de las características de la cultura total. Ahora bien, si lográramos separar un grupo de esta manera, aplicando ya sea criterios étnicos, laborales, geográficos, religiosos, etc., tendría que entenderse, según las ideas de “subcultura” y “cultura global”, o de “vástago” y “generatriz”, que lo que nos resta es la “cultura”. Pero no es esa la realidad del fenómeno, por lo menos en lo que atañe a las sociedades actuales. Lo que nos resta, es un mosaico subcultural que se diferencia igualmente al interior por razones de diversa índole, como valores, normas, creencias o conocimientos, derivados de los mismos criterios que utilizáramos para desgajar el primer segmento. Por consiguiente, no se trataría de una relación entre una subcultura y una cultura global. La primera podría ser delimitable, pero la otra no, por lo menos no como “resto homogéneo”, ya que al apretarlo se desgranaría en una variedad de subculturas.

El problema que se nos presenta es con relación a qué sería lo que la da unidad a este mosaico subcultural, asegurando la integración necesaria para su supervivencia como sociedad. Existiría dentro de la diversidad subcultural, un núcleo que ligaría a las subculturas, pero del cual ninguna d ellas es su absoluta representante. Son los factores “universales” de que habla R. Linton y que lo aplica a los contenidos existentes en una cultura determinada, representados por el idioma común, el sentido de pertenencia a un mismo territorio, formas aceptadas de vestir, habitar y comportarse en las diferentes situaciones de interacción social. Este núcleo cultural o universales, es lo que hace posible que los miembros de la sociedad, distribuidos en diferentes subculturas, convivan dentro de sus límites con un mínimo de confusión y conflicto. Linton advierte sobre el particular, que en las sociedades actuales, altamente diversificadas culturalmente, este núcleo central estaría reduciéndose paulatinamente, y que nos “estaríamos acercando rápidamente al punto en que no habría suficientes aspectos sobre los que estén de acuerdo todos los miembros de la sociedad para dar forma y contenido a su cultura” (1970:268-280). Sobre la advertencia que hace Linton, pensamos que en las sociedades contemporáneas altamente diversificadas, cuando no es posible sustentar la integración de la sociedad por la unidad de la cultura, debemos recurrir para su explicación a los otros sistemas que podrían asumir el papel unificador, como serían los sistemas jurídicos, políticos o económicos. Esto último es más bien lo que explica el ejemplo de A. Kroeber cuando dice que “...dentro de una sociedad, cada clase exhibe una frase más o menos distintiva, una subcultura de la cultura total que porta la sociedad... Se admitirá que en tales culturas, los barrenderos y los banqueros siguen en su vida rumbos distintos que les son propios, y que sus contribuciones son diversas, pero se piensa que su coherencia dentro del cuerpo político de la cultura y la sociedad es mayor que su disgregación” (Cfr. Valentine Ch. op. cit:116).

Cuando nos referimos al hecho de que las diversas culturas de una sociedad estarían unidas a través de un núcleo cultural o universal según Linton, debe entenderse que no son las subculturas las que efectúan la ligazón, sino que son los miembros de ellas los actores del fenómeno. En las sociedades urbanas, existe una multitud de roles que se conjugan, trabando a cada hombre con demandas de diversa índole y variados compromisos, con lo que se crea una malla que abarca tanto a los estratos de la sociedad como a las subculturas de ella. Uno de los atributos de la urbe, según A. Southall, es la gran densidad espacial de las interacciones sociales, “la que ha sido vastamente aumentada a través de las comunicaciones tecnológicas. La gente interacciona socialmente no sólo con buses y aviones, sino también a través de escribir cartas, telefonear, escuchar radio, ver televisión. Esto es lo que genera una gran densidad de interacción social en la vida urbana de hoy en día, lo que todavía tiene que ser considerado en términos espaciales, pero no en los términos espaciales de los límites físicos de las ciudades, ya fuera de moda. Gran parte de estas numerosas interacciones sociales pueden ser muy superficiales y efímeras, que viene a ser el aspecto esencial de la vida urbana; pero no son el total de las interacciones que se dan, como han hecho suponer algunos autores. Otro aspecto igualmente importante de la alta densidad de interacciones y de la tecnología de comunicaciones, es que también permite y facilita la emergencia y mantención de relaciones personales profundas...” (1973:5-7).

El hombre urbano es requerido al cumplimiento de una serie de roles que abarcan tanto actividades relacionadas con el parentesco, como con lo laboral, económico, asociativo, político, recreativo, religioso, etc. En cada una de ellas enlaza interacciones sociales con mayor o menor intensidad, según sea el rango de significación que le otorguen sus intereses. No todas ellas se realizan dentro de un mismo estrato socioeconómico. Las relaciones que implican algunas de ellas pueden concretarse por medio de personas o grupos pertenecientes a distintos estratos. Tal sería el caso de las relaciones que se establecen, por ejemplo, dentro de una subcultura religiosa o política. Muchas de estas interacciones subculturales pueden ser desde el punto de vista de las subculturas implicadas, y lo son generalmente, desconocidas entre ellas; la alta densidad socio–física de la ciudad lo permite y, a veces, para el actor social puede ser conveniente que así sea.

Es pues, del mayor interés para los estudios antropológicos en lo urbano, poder investigar lo que acontece realmente dentro del fenómeno subcultural. Gran parte de los autores que hemos visto, enfatizan la necesidad de mayores datos, que sólo pueden ser proporcionados a través de nuevas y más numerosas investigaciones empíricas. Y que éstas, deben ser realizadas, en lo posible, mediante equipos interdisciplinarios. Hay algunos problemas que estimamos conveniente resolver a través de la investigación, y que nos parece tienen prioridad. La mayoría de las definiciones de subculturas cubren una multiplicidad de unidades con características muy diferentes entre sí. Por otra parte, los intentos de definiciones más restringidas, no ayudan a resolver el problema. M. Gordon, en su búsqueda por lograr una mayor especificidad del fenómeno subcultural, propone reservar el término subcultura para los “patrones culturales de una subsociedad, con miembros de ambos sexos, de todas las edades, con grupos familiares, y que se equipara al conglomerado mayor de la sociedad, al suministrar toda una red de grupos e instituciones que se extienda a lo largo de la vida del individuo”. Y con respecto a la existencia de patrones culturales en grupos de menor número y de latitud más restringida que en el caso de la definición de subcultura propuesta, los denomina “grupos culturales” (Cfr. Wolfgang, M.E. y Ferracutti, F. op.cit:117). Los atributos que plantea Gordon en su definición para subcultura, dejan dentro solamente a algunas comunidades rurales, a algunas poblaciones indígenas existentes dentro de una nación y, con alguna dificultad, a algunas colectividades étnicas resultantes de migraciones. La salvedad que hace el autor con respecto a los grupos de menor número y latitud, y que denomina “grupos culturales”, no se hace cargo de las agrupaciones de gran número de individuos que deja fuera de la primera definición, como serían, entre otros, las asociaciones políticas, religiosas y laborales, a veces de alcance internacional, y por cuyas características merecen ser consideradas dentro del fenómeno subcultural. De todos modos, nos parece válido el concepto de “grupos culturales”, para significar aquellas diferenciaciones que puedan darse al interior de las subculturas, como grupos de edad o sexo, pero que mantienen con ésta una identidad mediante los particularismos que la distinguen del contexto mayor.

Por causa de su complejidad, la más de las veces la estructura social es difícil de descomponer en subestructuras que tengan algún sentido operacional, a menos de ser extremadamente cuidadosos tanto en los criterios de delimitación, como en los “cortes” que se efectúen en la estructura de la cual se extraen. La idea de que las estructuras como los sistemas son entidades arbitrarias que responden a los objetivos del investigador, otorga a la delimitación una permisividad peligrosa. Las subestructuras pueden quedar lo bastante mutiladas como para que sea sólo una ficción o una petición de principios la singularidad buscada; pues, a veces, lo que se amputa puede ser tan representativo como lo que se deja dentro. El físico Albert Wilson hace una advertencia que es aplicable a lo anterior. Dice que, a menos que la cuchilla siga las “interfaces naturales” cortando un mínimo de conexiones al aislar entre sí los distintos subcomponentes, lo más fácil es que la descomposición a que le llegue sea engañosa, carente de interés y embarullada. Llama “interfaces naturales” a aquellas disminuciones abruptas del número o robustez de los enlaces que las cruzan, o por la existencia de alguna forma de clausura o cierre. Entre las formas de cierre más comunes, presenta la de tipo topológico, que es la inclusión de un entorno espacial que coincide con la extensión de un objeto físico, o la limite, dentro de una o más superficies cerradas, lo que fundamentalmente es distinguido mediante la percepción visual (1973:73-74). En la investigación antropológica, cuando se delimita una comunidad para ser estudiada, suele aplicarse este criterio topológico. Sin embargo, puede llevar a error, a menos que tengan en cuenta todas aquellas interconexiones que la comunidad mantiene con otras agrupaciones de niveles mayor, similar o menor, que pueden estar definiendo algunos aspectos sociales o culturales que, en general, se estiman como fenómeno de la estructura, independientemente de sus relaciones.

Estrechamente ligada a la preocupación anterior, está la planteada por los antropólogos D. Kaplán y R. Manners, cuando manifiestan que en la investigación antropológica de décadas pasadas, el investigador raramente distinguía entre su unidad de análisis y los límites físicos y sociales reales de ella. Al escoger una unidad aplicando criterios lingüísticos, geográficos o culturales, que fuesen de alguna manera manjebles desde el método de la observación, la identificaba como la “cultura x”, procediendo arbitrariamente a su estudio y análisis como si constituyese un sistema por sí misma. Refiriéndose en forma crítica al trabajo de Malinowski en las Islas Trobriand, expresan que su análisis de la cultura de los trobriandeses es el resultado, en gran medida, de su estudio intensivo de una determinada aldea del distrito de Kiriwina, que era la residencia del jefe soberano (1975:58–59).

Con referencia a las posibles delimitaciones de unidades sociales dentro del contexto urbano, L. Moore propone la utilización de “módulos sociales operativos”. Para el autor, el “módulo” es un segmento social que incluye a personas que residen en un área limitada, lo que facilita la interacción social de sus miembros, las actividades comunes y la creación de sentimientos de cohesión y arraigo (1966:21-50). Esto hace referencia, más bien, al concepto de comunidad. Creemos que el manejo del concepto de “módulo” para referirse a una unidad social factible de separar del contexto general urbano, también debe ser cuidadoso de los criterios de delimitación usados, a fin de que correspondan realmente a las interfaces latentes y manifiestas que permitirían realizar la segmentación. A este respecto las recomendaciones de A. Wilson también son pertinentes. Dice con respecto a la estructura o sistema “módulo”, que debe cumplirse con algunas exigencias para su delimitación. Propone que el tamaño, la complejidad y los límites de un “módulo” están determinadas por: 1) totalmente por las propiedades de sus subestructuras; 2) por lo que lo rodee, 3) por una combinación de su contenido y su entorno; y 4) tanto el módulo como el contexto a que pertenece deben tener algún tipo de unidad que les sea común” (op.cit:137).

En una investigación realizada en la ciudad de Santiago, nos planteábamos con respecto a lo anterior, la necesidad de que nuestros estudios de pequeños módulos no fueran de carácter anecdótico, sino que se conectara su estudio con el contexto urbano mayor, a fin de establecer la influencia recíproca de la urbe y nuestras unidades de estudio. Para ello, nos proponíamos analizar una serie de aspectos de la ciudad, abordando sectores, módulos o comunidades, para no perder de vista la estrecha interdependencia de los diferentes segmentos constitutivos del sistema urbano (Recasens S. Andrés et.al:1977:6).

Sin embargo, la delimitación del fenómeno subcultural, no presenta las características aplicables al “módulo”, pues este tiene necesariamente una connotación física, por sobre los contenidos que lo identifican. Las subculturas, según el criterio de delimitación que se aplique, pueden trascender el ámbito de un módulo físico–social urbano y, a veces, los límites de la ciudad misma. Por consiguiente, pensamos que la caracterización de fenómeno subcultural requiere además, de otros aspectos que los ya vistos. La clasificación de éste, para que sea operativa su investigación, debería comprender las siguientes categorías, con sus rasgos distintivos:


1. Con respecto a la subcultura:

(a) Criterios de la delimitación: étnico, ecológico, económico, religioso, político, comunitario, laboral, asociativo, etc.
(b) Número de los miembros y extensión
(c) Estratos sociales comprometidos
(d) Tipos de relaciones entre los miembros de los diferentes estratos comprometidos


2. Con respecto a los particularismos subculturales:

(a) Tipo de rasgos o complejos culturales propios de la subcultura
(b) Efecto y alcance de los particularismos con relación a los modos de la vida
(c) Grado y tipo de organización e institucionalización de los particularismos


3. Con respecto a los miembros de la subcultura:

(a) Intereses y actividades implicadas en la pertenencia
(b) Grado de cohesión y sentido de pertenencia; lealtad
(c) Extensión de las interacciones sociales que se producen
(d) Tipo de interacciones sociales, según la jerarquización, especialización y diferenciación de los miembros.


4. Con respecto al contexto mayor:

(a) Grado y tipo de reconocimiento por parte del contexto mayor
(b) Tipo de relaciones con otras subculturas, ya sean de colaboración, intercambio, compromiso, dominación, subordinación, conflicto o antagonismo.


En un documento de trabajo presentando al Seminario “enfoques ecológicos de la educación”, organizado por el Consejo de Rectores de las Universidades del país, manifestábamos la necesidad de que la educación formal, cuyos programas tienen contenidos que son generales para todo el país, asumiera los fenómenos de heterogeneidad ecológica y cultural existentes en él. Proponíamos para estos efectos que la educación debería programarse dentro de un enriquecedor proceso de intercambio sociedad–subculturales; y que las características de este intercambio entre otras, deberían ser las siguientes:


1) Reforzar los procesos de socialización subcultural, en lo que dice relación con sus mecanismos integradores hacia sus modos de vida y hacia su medioambiente.

2) Incrementar el conocimiento subcultural con respecto a los recursos del medio, formas de explotación, conservación y renovación según cuales fueron éstos, como asimismo las tecnologías adecuadas para cada caso, principalmente en aquellas subculturas delimitadas mediante criterios ecológicos–culturales.

3) Ampliar el ámbito del mundo subcultural, hacia el conocimiento de las diversas subculturas que conforman la sociedad, como también los avances generados en los centros urbanos, en lo que concierne a la ciencia, las humanidades y el arte.

4) Integrar a las subculturas a los contenidos culturales que son patrimonio de toda la sociedad, a fin de fortalecer el núcleo cultural que da unidad a la diversidad subcultural.

Estas recomendaciones, fueron adoptadas dentro de los acuerdos tomados por el plenario de comisiones, en el cual participaron docentes e investigadores de todas las Universidades del país (1979:79-115).

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